¿Metrópoli, pequeñas
ciudades o pueblos? Eso lo dejamos para otro momento, no, no quiero escribir
ahora sobre este tema, sino más bien de lo contentos que se ponen los niños
cuando pasan sus vacaciones en un pueblo. No hace falta que te ponga en
situación, pero aun así lo haré: eres un niño de entre 3-90 años (acabo de
elegir este rango de edad para que refleje el tema principal de este escrito),
y son las vacaciones de verano, ayer llegaste a una casa de un pueblo (pequeño
o grande, nos da igual) y hoy quieres ir a conocer gente o, por el contrario,
ya conoces a varios niños y quieres verlos de nuevo. Dependiendo de tu edad os
gustarán hacer unas u otras cosas, centrémonos en la limitada franja de 3-14
años, y supongamos que ahora tienes esos 14 añitos.
Eres de los mayores de
la manada, sí, formas parte de la élite que dirige el cotarro y ahora mismo te encuentras ante un dilema moral importante: no está muy bien visto que al tener
15 años sigas jugando en la calle con esa manada al pilla-pilla, parchís, cartas,
comba y esas delicias que tanto te han y te divierten. Y lo más probable es que
al final, tú y todos, dejéis de hacerlo y sucumbáis ante la rutina de la
persona mayor, (no te apures, aunque pegajosa, esa rutina no es eterna ni
claustral) y dejando de lado a vuestros fieles subordinados que ya el verano
pasado seguían a pies juntillas vuestros mandatos de la banda del patio
pasaréis a otro estadio. Con esto no quiero decir, en absoluto que vas a dejar
de ser un niño, no, pero peligras enormemente y ese es el asusto más importante
que quiero tratar contigo.
Bien porque ya no te
llena de manera grata el correr detrás de otros niños y perseguirlos hasta las
tantas de la noche para decir victorioso, ¡hemos ganado! O bien porque las
restricciones sociales te lo impiden, se abren ante ti un cúmulo de nuevas
experiencias brindadas por el aparente conocimiento de la vida, vicios y
rebeldía, y estás dispuesto a arriesgar todo lo poco que tienes para satisfacer
tus necesidades de niño, aunque como ya has podido comprobar, esas inquietudes
poco a poco van dejando paso a aspiraciones de persona mayor sedentaria que
aparentemente te brindarán un pase “exitoso” a la vida social. Y es entonces
cuando tu vida peligra.
No predico, por el
contario, que los juegos de los mayores sean, en absoluto, menos placenteros
que los de los niños, pero sí que conllevan una connotación diferente. Me
explico; hace un rato, cuando tenías 14 años y salías a la calle a jugar sabías
perfectamente que ibas para jugar,
asumías perfectamente que dentro de casa tenías tu propia vida (dormir,
desayunar y relacionarte con tu familia) pero por algún motivo que otro
(aburrimiento, ansias de sentir nuevas experiencias para romper con la rutina o
cualquier cosa que se te pasase por tu subconsciente) salías a la calle para
crear indirectamente una nueva vida llena de emociones nuevas. Y en ningún
momento perdías la noción de que todo aquello era pura farsa, en el sentido de
que era pura invención y que ni a ti ni a ninguno de vosotros aquello les iba a
dar de comer. Esto tampoco implica que tú, ahora que tienes, digamos, unos 20
años no seas consciente de que el ir a tomar unas cervezas tampoco te va a dar
de comer, pero sí que en cierto sentido has dejado de sentir que tan solo se
trata de un juego que tu manada y tú os habéis inventado.
La rutina y las normas
sociales nos invaden y nos bombardean como las señales de wi-fi de todas las
casas que te rodean, pero no pasa nada, siempre podemos jugar debajo de ellas.
Como ya se sabe, todo juego por muy inventado que sea, tiene unas normas que se
deben cumplir para poder jugar y esto puede trasladarse perfectamente a la vida
en general, pero aquí y ahora estamos hablando de juegos y no de vidas. Por eso
la recomendación es sencilla, vive tu vida y juega fuera de ella.
La conciencia que te
brindan los años hace que descubras nuevas formas para jugar y no por ello
debes olvidar la esencia del juego, que es divertirte. Todos los juegos
inventados y por inventar, tendrán siempre las mismas reglas (quizá en alguna
ocasión variarán) y basta aprendérselas para poder tomar parte en el asunto,
una y otra vez y las veces que haga falta. Y eso es lo bueno de los niños, que
nunca se cansar de jugar y jugar y de inventar nuevos juegos para pasar el rato
¿Y por qué debemos dejar de ser niños si es lo mejor que hay?
Quizá eso sea lo bueno
de la vida, y la mejor manera de vivirla, ir de oca en oca y tirar porque me
toca. Es demasiado sencillo quedarte en tu zona de confort, asumir tus
responsabilidades y deberes y vivir la vida según la manera rutinaria que los
mayores te dicen, pero eso no hace que sea divertido. ¡Seamos niños de 3-90
años, y salgamos a sudar en una plácida y calurosísima tarde de verano por las
calles de tu pueblo para tener, por pequeña que sea, una satisfacción
diferente!
Con esto, y ya para
finalizar, no creo que se deban descuidar los deberes aburridos de la propia
vida, ya que ante todo hay que vivir para poder jugar, pero sí nos propongo que
actuemos y vivamos a partir de ahora de un modo diferente: viendo y tratando la
vida como un tranquilo juego al que juegan unos niños de su pueblo, que
sintamos esa curiosidad propia de ellos, que busquemos nuevas experiencias, que
nos preguntemos por absolutamente todo, que el motivo final de nuestros actos
sea la diversión (preferiblemente cooperativa) y que nunca dejemos de vivir con
esa sonrisa en la cara propia de haber estado jugando todo un día entero.
Libro recomendado: El principito de Antoine de Saint-Exupéry.
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